Acabamos de pasar el 2020 en su totalidad viviendo con la pandemia del COVID-19, y todos los cambios de vida que esta ha traído. Hemos sufrido pérdidas de vida, salud, trabajos, y modo de vida.
Se ha ido aprendiendo del virus sobre la marcha, algunas veces con la frustración de versiones contradictorias de las autoridades a quienes miramos para obtener dirección.
Hemos adoptado los hábitos de seguridad personal como parte de nuestro diario vivir. El uso de mascarillas fuera del hogar, el distanciamiento social, la buena higiene personal, entre otros.
Nos encontramos en la etapa del comienzo de vacunaciones, con los problemas de logística que eso trae.
Sin embargo, no existe una vacuna contra una dolencia muy real, la cual pudiese convertirse en un agente neutralizante a los esfuerzos existentes para controlar la pandemia. Esta es la “fatiga pandémica.”
Existen diferentes artículos sobre la fatiga pandémica, sus síntomas, y maneras de contrarrestar esta condición. Pero lo cierto es que está muy atada a nuestra salud mental.
Hay quienes simplemente crean una apatía ante la situación, y comienzan a bajar la guardia en cuanto a sus hábitos de protección personal. En otros se genera poco a poco un sentido de resentimiento sobre la situación en general, lo cual puede llevar a comportamientos inusuales en ellos.
La gama de consecuencias de esta fatiga pandémica es increíblemente amplia, y se requeriría un profesional de la salud mental para tratar este tema apropiadamente.
Aquí nuestro único propósito es simplemente decir que existe, y a exhortar aquellas personas que se sienten afectados a acudir a un profesional de la salud mental.
He visto en medios sociales como algunas personas inclusive intentan crear la duda sobre la misma existencia de la pandemia… y encuentro que esto de por sí constituye un comportamiento irresponsable y peligroso.
Paciencia, sabiduría, fortaleza, comprensión… atributos que todos debemos ejercer, y orarle a Dios que nos provea todos los días.